Se cumple otro aniversario del «Rodrigazo»

(Escribe Nicolás E. Aguilar)

En el año 1973, Héctor J. Cámpora asumía la presidencia de Argentina y nombraba como ministro de economía al empresario José Ber Gelbard, un hombre afiliado al partido comunista. Para entonces el lema que recorría el mundo de la política era: “Cámpora al gobierno, Perón al poder”. El panorama internacional con respecto a la economía se presentaba sumamente auspicioso. Los precios de los productos agropecuarios aumentaron en un 50% con respecto a 1972. También el extraordinario rendimiento de la cosecha de trigo hizo que la Argentina lograra un volumen récord de exportaciones de 3.620 millones de dólares. El balance de intercambios externos llegó a ser un 30% superior al año anterior, generando un surplus de 704 millones de dólares, comparado al déficit de 218 millones de 1972. El gobierno de Cámpora duró muy poco. Luego de su renuncia se llamó a elecciones y ganó por amplio margen Juan D. Perón, manteniendo a Gelbard en el ministerio de economía. El buen momento económico generado por los motivos descriptos anteriormente predisponían al gobierno a “tirar manteca al techo”, por lo que Gelbard desarrolló una política expansiva de distribución, acompañada por congelamiento de precios y tarifas, aumento del gasto público y emisión monetaria.
Por supuesto, al poco tiempo empezarían los problemas deficitarios y solo bastaba determinar cuánto tiempo duraría esa “primavera”.
Como dije antes, el plan económico del ministro Gelbard, fue exitoso al principio, pero evidentemente no contó con la base de sustentabilidad que le permitiera sostenerse en el tiempo. Máxime teniendo en cuenta los vaivenes de la economía mundial y los propios de un país, donde las pujas de los diferentes sectores sociales y de la economía estuvieron y están siempre al orden del día.
Agobiado y desgastado por los problemas suscitados a raíz de los desequilibrios económicos y sin sustentación política (debido a la muerte del presidente Perón), el ministro Gelbard renuncia a su cargo. Lo sucede el Dr. Gómez Morales, ex presidente del Banco Central, quién había renunciado por no estar de acuerdo por la descontrolada política de emisión monetaria impuesta por el gobierno. El Dr. Gómez Morales era un peronista de la primera hora y había ocupado la cartera de economía en 1955.
La situación del país era cada vez más difícil. La caída de las exportaciones, la pérdida de rentabilidad de los empresarios, el drenaje de las reservas del Banco Central, el atraso tarifario, la inflación, etc., representaban un delicado problema para el nuevo ministro. La necesidad de un ajuste era inminente y el deseo de Gómez Morales era hacerlo gradualmente. Pero esta idea no parecía convencer al gobierno, que prefería tomar medidas de shock. La idea era hacerlo por sorpresa; “sin anestesia”. Suponían que ante el hecho consumado el sindicalismo aceptaría el ajuste por disciplina partidaria.
Así, ante el preocupante panorama que se vislumbraba, la central obrera solicitaba un 40% de aumento salarial, contra el 25% que ofrecía el ministro. Ante estas vicisitudes y al no querer establecer un ajuste traumático, el ministro de economía renunciaba a su cargo el 31 de mayo de 1974. Dos días después era designado en ese cargo Celestino Rodrigo, un hombre de confianza del grupo presidencial. Sin duda, el nuevo ministro llegó para ejecutar la operación ajuste, una acción por la cual el Dr., Gómez Morales no estaba dispuesto a pagar el costo político.
Pasaron apenas tres días desde su asunción, para que el flamante funcionario comunicara sus primeras drásticas medidas: Devaluación del 100%; aumento de la electricidad y otros servicios públicos rondando el 75%. Y lo más sustancioso fue el incremento de los combustibles en 175%. De más está decir que el caos provocado tuvo un colosal impacto en la población, a tal punto que éste hecho sería bautizado con el nombre de “Rodrigazo”. Y actualmente se lo recuerda como una tristemente célebre página de la historia argentina.
Pero de acuerdo a todo lo expuesto anteriormente, podemos ver con claridad que el “rodrigazo” no fue una causa; sino un efecto. Los graves problemas que lo suscitaron se crearon antes de la llegada de Celestino Rodrigo; incluso antes de Gómez Morales. Claramente, durante la gestión del ministro José Ber Gelbard (y más allá de las cuestiones internacionales negativas que surgieron después), se impusieron políticas desacertadas, demagógicas y con el criterio populista de “la felicidad momentánea”.
Se contó con un viento de cola favorable en el plano del comercio internacional, circunstancia ésta que no fue aprovechada convenientemente, a no ser para incrementar el déficit del estado.
Celestino Rodrigo tuvo una valiente actitud, aún sabiendo que cargaría para siempre con la mochila de la culpabilidad, aceptando de antemano que eso ocurriría indefectiblemente. Después –como casi siempre se hace-, el que protagonizara un momento de bienestar -aunque efímero-, quedaría en el recuerdo como el “bueno” (en este caso Gelbard) y por otra parte Celestino Rodrigo sería transformado en el “chivo expiatorio” y condenado a sufrir la inquisición histórica.