Cuando trabajar parece molestar: la dignidad de ganarse el pan en tiempos difíciles

Por Paola Wojtowichz

Otra vez el reclamo apunta al eslabón más débil. Se habla de “competencia desleal”, de ocupación del espacio público, de controles, pero poco se dice de la realidad que empuja a estas personas a armar un puesto, un gazebo, una mesa improvisada. No son delincuentes, no están robando a nadie: están trabajando. Están tratando de llevar el pan a sus casas en un contexto económico donde llegar a fin de mes se volvió una proeza.
Muchos de esos puestos representan el único ingreso de una familia. Personas que no consiguieron empleo formal, que fueron expulsadas del sistema o que simplemente decidieron emprender porque no les quedó otra. Hoy, emprender no es una moda: es un acto de supervivencia. Es creatividad, esfuerzo diario y dignidad puesta en la calle.
Resulta llamativo que la preocupación siempre sea correr, prohibir o controlar al que trabaja, pero no generar soluciones reales. ¿Dónde están las políticas para integrar a estos emprendedores? ¿Dónde están las propuestas para ordenar sin excluir, para acompañar en lugar de castigar? Porque exigir “igualdad de condiciones” sin tener en cuenta que no todos parten del mismo lugar es, como mínimo, injusto.
El problema no es el puestero que vende frutas, artesanías o comida casera. El problema es un sistema que no genera empleo suficiente ni condiciones accesibles para formalizarse. Señalar al trabajador informal como enemigo es desviar la mirada de los verdaderos desafíos económicos y sociales.
Tal vez sería más productivo empezar a pensar qué se puede hacer para mejorar la ciudad incluyendo a todos, y no molestando al que se levanta todos los días para ganarse la vida honestamente. Defender el trabajo, en cualquiera de sus formas, también es defender la dignidad.