Más radares, más multas, más controles… y más muertes

Por Daniel Orloff.
En Misiones, los radares brotan como hongos. Retenes en curvas traicioneras, drones zumbando sobre las rutas, carteles que gritan “¡Control!”.
Pero las cifras no mienten: más dispositivos, más tragedias.
No es opinión, es dato oficial: entre enero y agosto de 2025, 242 personas perdieron la vida en siniestros viales. Un 60% más que el año pasado.
Y como si hiciera falta un golpe más, la masacre de Campo Viera el domingo pasado lo dejó claro: nueve muertos en un choque frontal entre un micro y un auto sobre la Ruta 14. Alcohol, imprudencia, exceso de confianza, y en medio, nueve familias destrozadas en segundos. Una postal cruel de nuestra fragilidad vial.
La paradoja misionera duele como un latigazo.
Mientras la fiscalización se multiplica, la conciencia vial retrocede. Más radares miden velocidad, más cámaras aplican sanciones, más controles detienen autos… pero nadie educa.
Detrás de cada multa hay un grito mudo: desatención crónica, rutas sin banquinas ni señalización, tránsito de camiones, autos y motos sin casco. En el interior profundo, el radar no es aliado: es testigo silencioso de un infierno asfaltado.
El Gobierno anuncia con entusiasmo 13 radares fijos nuevos sobre las rutas nacionales 12 y 14, y la provincial 101. Homologados, caros, necesarios. Pero la pregunta se impone: ¿sirven?
No.
Porque lo que falta no es control, sino una política integral de movilidad segura: educación vial desde la escuela, inversión real en infraestructura que ya no soporta el tráfico, y menos marketing recaudatorio disfrazado de prevención.
Cada parte policial repite el mismo réquiem: adolescentes sin casco, familias enteras que ya no vuelven, peatones invisibles.
Víctimas de un sistema que sanciona en vez de prevenir, y de una sociedad que aprendió a convivir con la muerte en la banquina.
Las multas engordan las arcas, pero no reemplazan al Estado en la escuela, el barrio, el camino remendado o el cartel borrado.
La tecnología ayuda, claro. Pero sin política pública de fondo, es un parche sobre una herida gangrenosa.
Misiones no necesita más radares.
Necesita menos velocidad y más responsabilidad.
Rutas dignas, controles inteligentes y un cambio cultural feroz que mida la seguridad no en multas, sino en vidas salvadas.
Porque mientras debatimos dónde colocar el próximo cinemómetro, casi una decena de personas mueren cada semana.
Eso no es estadística. Es la sirena eterna de una ambulancia que no deja de sonar y de familias que no dejan de llorar.

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