Por Paola Wojtowichz.
Oscar Herrera Ahuad vuelve a escena con su libreto gastado de siempre: el del político que “reafirma su compromiso con la educación” y “trabaja por los docentes”. Las mismas frases de ocasión, el mismo discurso de campaña revestido de empatía fingida. Pero basta rascar un poco la superficie para que el maquillaje se caiga: detrás de esas palabras no hay compromiso, hay cálculo; no hay gestión, hay marketing.
Durante su paso por la gobernación, Misiones fue testigo de una de las etapas más duras para el sector docente. Los salarios miserables, las paritarias impuestas unilateralmente, la falta de infraestructura escolar y la indiferencia ante los reclamos son la verdadera marca de su gestión. Mientras las escuelas se caían a pedazos y los maestros hacían malabares para llegar a fin de mes, él sonreía para las cámaras y hablaba de “calidad educativa”.
Hablar de “fortalecer políticas públicas” cuando los docentes debían comprar tizas, reparar techos y enseñar en aulas sin ventilación ni calefacción es una burla. Hablar de “acompañar al sector” cuando el gobierno reprimió, persiguió y judicializó a quienes levantaron la voz es una provocación.
Y aunque los casos más recientes —como los de Mónica Gurina y Leandro Sánchez, docentes perseguidos judicialmente por reclamar dignidad laboral durante la actual gestión de Passalacqua— no ocurrieron bajo su mandato directo, Herrera Ahuad no fue un espectador inocente. Desde su rol como presidente de la Legislatura y figura central del oficialismo renovador, mantuvo un silencio cómplice frente a la criminalización de los trabajadores de la educación. Calló donde debía defender, miró hacia otro lado donde debía intervenir. Su inacción también es responsabilidad.
Herrera Ahuad habla de “financiamiento” cuando su propio espacio político fue cómplice del vaciamiento educativo. Se abstuvieron, votaron en contra o miraron para otro lado cada vez que se discutió en Nación una ley que podía traer recursos para las escuelas y universidades misioneras. Mientras tanto, el relato del “misionerismo” —ese eufemismo del poder que construyó Rovira— seguía sirviendo para encubrir la falta de transparencia, la precarización laboral y el abandono del sistema educativo provincial.
El exgobernador pretende ahora “llegar al Congreso” con el mismo discurso de salvador, como si el desastre que dejó atrás no existiera. Habla de “defender a los docentes, a los jubilados y a las personas con discapacidad”, pero en su gestión el silencio fue su respuesta ante cada reclamo genuino. En los hechos, los docentes siguieron cobrando salarios que no alcanzaban ni para llenar la heladera; los jubilados fueron los grandes olvidados; y las escuelas técnicas, sin presupuesto real, siguieron esperando las herramientas que nunca llegaron.
A esta altura, su “compromiso” suena a parodia. Lo que vende como gestión fue, en realidad, una política de contención, de desgaste y de disciplinamiento. Un Estado ausente que solo apareció para controlar, no para resolver. Habla de futuro, pero su gestión pertenece al pasado más gris de la educación misionera.
La educación no se defiende con micrófonos ni con fotos en reuniones, se defiende con hechos, con salarios dignos, con escuelas seguras, con docentes escuchados. Y en eso, Herrera Ahuad fracasó rotundamente. Que no venga ahora a vendernos el verso del compromiso cuando los mismos docentes que hoy dice acompañar fueron humillados, subestimados y llevados a juicio bajo el mismo modelo político que él sostiene y representa.
Porque si algo demostró su paso por el poder, es que puede cambiar el tono del discurso, pero no la esencia del sistema que defiende: un modelo que habla de progreso mientras precariza; que promete diálogo mientras persigue; que se disfraza de sensibilidad mientras administra el olvido.
Y que quede bien claro: los docentes misioneros no se olvidan. La memoria educativa de Misiones no se lava con promesas ni con comunicados de prensa. Se limpia con justicia, con coherencia y con hechos. Y eso, justamente, es lo que a Oscar Herrera Ahuad siempre le faltó.

